«El Legado de Caín»
By Jorge Lopesino
Mixta sobre lienzo. 2019.
@JRLOPESINO
jorgelopezsino@gmail.com
«El Legado de Caín», es el título que he elegido para mi última exposición de este año, en una serie de exhibiciones que vengo realizando por algunos bares del Madrid de barrio.
Comencé por el barrió chamberí, seguí por embajadores, luego salamanca, después la justicia y ahora universidad, y así termino por el momento hasta ya veremos cuando. Esta actividad da más labor que provecho, descontando el alimento del ego, claro está, aunque no tanto.
En estos bares que como decía Umbral, son las sacristías laicas, he recibido buen aprecio por mi obra, aun con sacristanes y publico bien diferentes, lo que valoro en su justa medida, si bien «nadie es profeta en su tierra».
Vayamos a «El Legado de Caín»: podría ponerme a explicar este título y el concepto que traigo en la obra central que ocupa el cartel de esta exposición, pero soy más dado a desobedecer que a dar lecciones.
Así que tan solo recordaré que buena parte de mi obra (la más conceptual) se concibe desde el pensamiento unamuniano por el que siento una absoluta y atemporal devoción. Sin ninguna duda, el odio es una de las pasiones humanas más genuinas.
Ahí lo dejo:
—No sé, pero aborrezco el reaccionarismo y la gazmoñería. Todo eso me parece que no nace sino de la envidia, y me extraña en ti, que te creo muy capaz de distinguirte del vulgo, de los mediocres, me extraña que te pongas ese uniforme.
—¡A ver, a ver, Abel, explícate!
—Es muy claro. Los espíritus vulgares, ramplones, no consiguen distinguirse, y como no pueden sufrir que otros se distingan, les quieren imponer el uniforme del dogma, que es un traje de munición, para que no se distingan. El origen de toda ortodoxia, lo mismo en religión que en arte, es la envidia, no te quepa duda. Si a todos se nos deja vestirnos como se nos antoje, a uno se le ocurre un atavío que llame la atención y pone de realce su natural elegancia, y si es hombre hace que las mujeres le admiren, y se enamoren de él mientras otro, naturalmente ramplón y vulgar, no logra sino ponerse en ridículo buscando vestirse a su modo, y por eso los vulgares, los ramplones, que son los envidiosos, han ideado una especie de uniforme, un modo de vestirse como muñecos, que pueda ser moda, porque la moda es otra ortodoxia.
«Abel Sánchez (una historia de pasión)» Miguel de Unamuno, 1917.